Eso es lo que me pide el cuerpo: volver a verte, ocupar mi sitio en
la grada y salir como cada domingo con dolor en las palmas de las manos y
en la garganta de aplaudirte, de llenarme la boca con tu nombre, y de
volver a desear que pasen pronto los días para… volver a verte. Como si
de un amor loco de verano y adolescencia se tratase. Pero éste sin otoño
que lo coarte, que le haga sucumbir en la añoranza de aquellos días.
Nada de eso.
Porque no puedo arrepentirme de ese amor; porque es
superior a mis fuerzas; porque hay una alianza sellada desde mi
nacimiento que me lleva a ti, estés como estés, dónde estés, vengas cómo
vengas de dónde vengas.
Allí clavado, con los ojos vueltos a
rebosar de ilusión por verte, volveré de nuevo al alba de tu camiseta, a
la pasión de tus ribetes, a la fuerza de tu nombre que retumba cuarentona desde el Norte.
No
será mi voz ni menos fuerte, ni más exigente porque retornes de un
equívoco de esos que a tí te hacen rebelarte, exigirte más para darte
más a quienes aguardamos tu regreso con los brazos, con el corazón
abierto, con el alma impaciente, con la mente convencida de ser lo que
somos incondicionalmente: SEVILLISTAS y, después, el resto de
condiciones que la vida nos haya ido deparando por el camino. Porque,
primero nacimos sevillistas y después vino lo que quiera que sea de más.
Yo
no recuerdo ningún título hasta hace pocos años. Sin embargo, no me
resulta extraña la sensación de lejanía entre un partido y otro…por
volver a verte, ocurriera lo que hubiese ocurrido previamente. Yo sólo
quiero ver a mi Sevilla, y que me alegre o me cabree; que me deje
desecho o insoportablemente inaguantable para quienes tenga a mi lado;
con una sonrisa matutano o una cara de pésame para no dejarme
entrar en casa. Y detrás de ese aspecto, esa candela interna que me
hierve por dentro y me mueve a pensar… en volver a verte.
¡Qué ganitas de volver a verte!
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